A penas estaba empezando
la noche en el Bar más visitado del vecindario.
Se trataba del bar Lucky
Number. Su nombre se debe a que el dueño abrió el bar con el dinero de la
lotería que había ganado unas semanas antes de su inauguración.
23:46
La música indie estaba de
moda en el sitio, así que se oía “Ho hey” de The Lumineers más allá de las
paredes.
Los alaridos de los que
bebían y cantaban atrajeron a un hombre de cabello negro y vestimenta oscura.
Ojos impenetrables de color glacial. Un asesino a sueldo que iba a menudo por
información. Se acerca a la barra y pide un whiskey doble. –Hey! Leo ¿Cómo has
estado? Hace semanas que no pasabas por aquí. –lo sé Sam, sabes cómo trabajo,
puede tomar horas o días… todo depende del cliente. –Yo te enseñé todo lo que
sabes, no me vengas con excusas, soy tu tío y la familia no se olvida. Una
horda de hombres con cerveza vieja se acercan con sigilo a Leo. –No todo lo que
sé me lo enseñaste tú, tío. –Tienes razón. Sam hace una señal y los hombres
vacían el balde sobre Leo. –No te enseñé todo.
Risas inundan el lugar,
incluyendo la de Leo.
Le pasan una toalla y una
carta con su próximo trabajo en un sobre. Él agradece por el buen rato y se
marcha.
4:18.
Llega a casa a ducharse y
deja el sobre en su cama.
Leo no es un asesino a
sueldo cualquiera, su modus operandi radica en llenar un libro con frases
y memorias de las personas que pierden la vida en sus manos,de manera
rápida y no tan dolorosa como podría ser. Los clientes suelen ser suicidas que
han fallado en el intento de quitarse la vida o personas que no quieren que sus
familias se sientan culpables del suceso.
El libro contiene
acotaciones e historias de manera cronológica y su grosor depende del cliente.
Leo sale de la ducha y
mientras se viste lee el sobre. Al terminar la lleva al comedor, donde tiene
una pequeña chimenea. La hoja de papel arde hasta reducirse a cenizas.
La carta es del puño y
letra de su tío. Él trata de no abrumarse, toma el desayuno y enseguida va a la
casa de Sam para su primera visita. Todo para asegurarse de que el contenido de
la carta es cierto y sigue en pie. Tras comprobarlo Leo vuelve a casa para
comenzar a escribir el libro.
Dos meses y 282 páginas
más tarde. Sam está más que confiado de que su sobrino lo conoce mejor que
nadie.
Mientras su tío termina el
libro, vuelve a su viejo trabajo de francotirador nocturno, matando hombres y
mujeres que malgastan su vida en la corrupción y los homicidios por placer.
Disparos limpios a la cabeza a personas que nadie recordaría o lloraría.
Los pocos testigos que
lograron ver su silueta lo describían como un cuervo casi imperceptible. –Y
acabó por llamarse así–. Él dejaba cartas aterciopeladas sobre sus objetivos
con alguna cita que describiera el estilo de vida del cadáver. Una de ellas fue
“los que no aprecian la vida, no merecen vivir”.
Esa misma noche fue a casa
de su tío y se percató de que el somnífero había surtido efecto. Dio un golpe
firme a la yugular y el pulso de Sam desapareció. Sobre él dejó el libro y una
carta aterciopelada color bermellón.
“Los héroes mueren siendo
honorables pero sus ideales casi siempre son incomprendidos”
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